Perder la cabeza

“Date completamente… Aunque deba darse la cabeza misma, ¿por qué llorar por ella? “

KABIR

Buscando un tema para escribir, me he topado de bruces con esta cita. Podría decir: sin palabras. O utilizarla de excusa para articular una idea que me persigue desde hace años: la esencia de la autodisolución.

Porque sin cabeza, ¿Qué se puede hacer? ¿Qué puedo aportar a los demás? ¿Cómo cambia mi vida?  Puede ser una simple expresión, o ir más allá. ¿Quién o qué puede reemplazarla? Porque está claro que seguía vivo, incluso con mayor calidad. ¿Es posible?

Si de pronto mi cabeza se ha diluido, que no esfumado, los otros dos motores fundamentales aparecen. Primero el corazón. No el sensiblero, sino el sabio, el que sabe sentir sin límites y sin contraerse, por muy dura y difícil que sea la experiencia. El corazón en el que reside una conexión completa con nuestra profunda humanidad. El corazón que late con fuerza conectando con la vida, sin importar el grado de placer o de dolor que experimente. El corazón que me conecta con el todo en el que floto, aunque no sea consciente de ello.

Y en segundo y último lugar, despertando mi centro vital. El centro desde donde todo se ve con ecuanimidad y surge la acción justa en el momento preciso. Tradicionalmente situado en el vientre, es el espacio de sabiduría esencial. Desde este centro, realmente soy, sin mayor preocupación, sin aferrarme a nada.

Entonces, ¿para qué preocuparme? Si uno de los mejores días de mi vida (el día de unos de mis renacimientos) es cuando me di cuenta de que podía perder la cabeza y no pasaba nada.  Lo que ocurrió de hecho fue algo absurdamente simple y poco espectacular: por un momento dejé de pensar. La razón y la imaginación y todo el parloteo mental se extinguieron. Por una vez, me faltaron realmente las palabras. Sencillamente sentí el vacío.

¿Estás preparad@ para tener una experiencia similar?

Feliz día

Gendo