Una de Haikus

En lo pequeño siempre se refleja lo grande. Si te gusta la poesía, sabrás disfrutar de esas pequeñas joyas que expresan tanto en tan poco espacio.

Uno de mis autores favoritos es Ryokan, un monje zen y para muchos un auténtico maestro. Ryokan era una especie de santo, que vivía humildemente en una cabaña hecha de ramas y se dedicaba a mendigar, siempre con una sonrisa. A menudo pasa por tonto, pero a la vez emana respeto y veneración. Su vida está llena de anécdotas, que se han visto plasmadas en estas efímeras pinceladas. Dudo que él buscara cualquier tipo de trascendencia de sus escritos.

Traigo una de sus anécdotas:

Una tranquila noche de verano. Ryokan paseaba por el campo y disfrutaba del paisaje de la luna meciendo las plantas. De este modo, queda tan absorto que se sienta sin darse cuenta en un campo de patatas. En esos momentos pasaba por ahí el dueño del campo, un agricultor que había sido víctima de repetidos robos. Ve a un hombre acuclillado en su campo y  se precipita sobre él con un bastón, al grito de:

“Canalla, ladrón, esta vez no te escapas” Y emprendió a golpes con Ryokan.

Éste, estupefacto, no dice nada ni se queja, sólo recibe golpes sin entenderlo. Pero tuvo la suerte de que apareció un vecino que lo reconoció al instante y exclamó:

“Para, para, que le estás pegando al monje Ryokan”.

El agricultor, que conocía la fama del santo monje, quedó completamente confundido y se deshizo en excusas. La leyenda cuenta que Ryokan se limitó a sonreír bajo la claridad de la luna en la noche y compuso este poema:

Están los que pegan

Y los golpeados,

Y son semejantes:

Son gotas de rocío

Que se evaporan juntas

Al sol de la Eternidad

Bonita enseñanza.

Feliz día.

Gendo