A propósito de nuestras heridas

Sabemos que los seres humanos nacemos muy vulnerables. Todos los seres los son, pero nuestra especie especialmente. Para sobrevivir necesitamos el calor, la nutrición, el afecto y el cuidado para poder desarrollar plenamente nuestros recursos propios y desenvolvernos en la vida con autonomía.

También sabemos que desde el nacimiento nos vemos expuestos a situaciones muy contractivas desde la experiencia del bebé indefenso y dependiente de sus cuidadores. Estas situaciones nos van dejando profundas huellas, que son nuestras heridas. Y estas heridas son las que van creando nuestro carácter, nuestra personalidad, nuestro ego. Son experiencias muy dolorosas, que hacen que nos cerremos a nuestra vulnerabilidad.

Nuestra vulnerabilidad es nuestra capacidad de contactar con el dolor y con la expresión máxima de nuestra sensibilidad ante la vida. Cuando nos abrimos a sentir desde esa vulnerabilidad, percibimos tanto el placer como el dolor con total intensidad, motivo por el cual, en ocasiones, nos cerramos. A través del reconocimiento de nuestras heridas más hondas podemos entrar en contacto con la sensibilidad profunda que traemos a nuestra llegada al mundo. Si nos relajamos y abrimos, estamos creando una vía de realización, conectando con todo nuestro potencial.

En el reconocimiento y transformación de nuestras heridas subyace la conexión con las semillas que podemos hacer crecer en el desarrollo de nuestra individualidad y llevar a la materialización aquellos dones y matices especiales y únicos que cada ser humano trae a la vida.

Por tanto, este es el momento indicado para abrazar nuestro dolor. Sólo así podremos contactar con nuestra alegría.

Nos encontramos en el camino.

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