Del Egocentrismo al Cerocentrismo

De pronto surgió una explosión.

Algo significativo (no sabía aún qué) había sucedido. Un salto al vacío, de repente la expansión que tanto anhelaba. No sabría describirlo muy bien, pero era lo más cierto que me había ocurrido nunca. Una sensación nueva me invadía, con una mezcla de desconocida, un tanto de dejà vu, como si volviera un viejo amigo que en realidad siempre estuvo ahí.

¿Cómo llegué directamente a esta apertura? ¿Qué pude hacer para acercarme a ella?

Técnicamente nada. Sólo sostuve lo que vino, sin revolverme estrepitosamente, tal como hacía normalmente. Probé no a hacer, sino a no hacer, una cesión, un abandono de la falsa creencia de que hay alguien ahí que hace.

Lo que me sucedió tiene un nombre: catarsis. Había llegado al límite, no podía realmente más. La única solución viable era el auto-abandono. Nada más. Y nada menos.

No sé dónde he leído que hay que pasar del egocentrismo al cerocentrismo. Pues algo así sucedió. La mayor experiencia de felicidad que he vivido ha venido tras uno de los momentos de más dolor emocional que he tenido en mi vida. Ahí aprendí la sabia lección de que el logro de nuestros objetivos separados y personales produce solo una satisfacción muy breve, y después de eso, desilusión y tedio, cuando no disgusto: mientras que, siempre que tenemos la gracia de decir a este abandono ¡Sí! con todas nuestras circunstancias, y de aceptar todo lo que acontece, entonces brota esa felicidad real y duradera que la tradición oriental llama Ananda.

Merece la pena. Nada que conseguir. Es la última pieza del puzle, la que falta sistemáticamente y da sentido a todo el proceso.

Feliz día.

Gendo